He descubierto un nuevo sitio de inspiración fuera de mis viajes en el AVE. La peluquería. Como no me he dado cuenta antes, que goteo de historias de gente entre secadores y señoras camufladas detrás del Hola.
Me lo tengo que hacer mirar, sí, pero eso ya corre de mi cuenta, sólo puedo garantizar que la peluquería es una sala incesable de noticias desvirtuadas.
Un punto muy importante como desencadenante del inventor del teléfono roto. Sólo falta el ruido para que uno entienda lo que quiera o lo que pueda. Todos interactúan entre ellos. Hasta la que está lavando cabezas se entera de lo que habla la que está en la puerta y yo creo que seguir tantas conversaciones me va a dejar con una contractura como si hubiese ido a un partido de Nadal.
Hay señoras que no hablan y no leen. Simplemente levantan la revista y hacen que están leyendo los cotilleos de la semana pero en realidad se están colando en la conversación de la que se está haciendo un corte de pelo impuesto por el peluquero que acaba de ir a un evento de nuevos y modernos cortes.
Veremos cómo sale el experimento. Le está diciendo que tiene al niño con fiebre y cuando llegue a casa al pobre igual le da un colapso y no precisamente por la febrícula.
¿Por qué hay gente que experimenta tanto? Tengo que hacerme la valiente y preguntar. Ya he coincidido varias veces con una que no sé ni como la reconozco porque cada vez lleva el pelo de una manera. Es una Lucía Bosé de la vida pero con las historias de la provincia.
Yo sólo observo y acaba de venir a la peluquería lo que ningún cliente espera a las nueve de la mañana. Una niña de un par de años que por un momento he pensado que era un niño, le han metido la tijera sin piedad porque no se deja cortar.
Ni los cuentos devorados por los niños que vienen a las dos de la tarde a cortarse ni las pinturas con las que ha rayado la mesa donde reposan Vogues camuflados, han impedido que se cogiera la llorera de su vida.
Una especie de matacía capilar que ha terminado en mamá eres mala y estas chicas las carga el diablo. Yo la cabeza la tenía desde luego en los infiernos porque a esas horas soy poco amigable.
Aunque al final le tuviera que consolar. Se me dan bien los niños así que me he levantado y me he dejado estrujar la cara y apretujar el papel de plata que llevaba en mi cabeza. Veremos si mis mechas no son el nuevo arco iris después de la tormenta.
En la peluquería no hay secretos y no solo en el corte. Allí todo el mundo cuenta su floreada vida y la que llevará en los próximos años. Parece que las revistas les motivan a hacerse su propia historia. Me animan a que les diga a los del Hola que las grapas son de mala calidad. Ahora en vez de periodista de moda soy el buzón de sugerencias de una revista con solera del corazón.
La peluquería es una sala de estar de la vida. Barres lo que sobra, peinas lo que quieres resaltar y lavas lo que quieres que se vaya. Aquí nadie se corta un pelo.
Images: Pinterest