El otro día me compré una camisa que pica. Sí, habéis leído bien. Mamá, ‘ese jersey no lo quiero que pica’. ¿Esto ya os suena un poco más no? Yo montaba unos saraos espectaculares cuando alguna prenda picaba en exceso.
Es más, creo que la coreografía del Chiquilicuatre la inventé yo con cuatro años cuando mi madre me subía a un podium de una boutique de niños que tenían vestidos monísimos y picaban para salir corriendo.
Tenía la misma gama cromática que la bandera de Japón cuando me los iba a probar. De blanca pasaba a roja en medio segundo y la sangre me hervía como un potaje de domingo. ‘Que te queda muy bien’, me decía la señora de la tienda. Y cuando se iba amenaza a mi madre con toda la artillería que podía para que no lo comprase. Aunque claro, te dejo sin cromos de Panini era tener la sartén por el mango.
El momento cumbre venía cuando la típica señora te paraba por la calle y te decía ‘uh por favor, qué vestido tan bonito te ha puesto tu madre’. Sí, pero pica. Era una especie de mérito de más. Una condecoración oculta sobornada con promesas Disney.
El caso es que en la adolescencia entre en una fobia permanente a todo lo que picase. Como una especie de intolerancia a la angorina, la organza y derivados. Menos mal que Mango no tenía lo que se dice unos tejidos de primerísima calidad y de ahí fui saliendo a la superficie.
Luego dicen de las pieles atópicas que tan comunes son en los niños de nuestro tiempo. No ha probado un niño con piel atópica un vestido de los 80-90. Vamos a ampliar la franja, que se acerca mi cumpleaños y no quiero dar más pistas mediáticas de las que procede.
Y siguiendo con mi particular drama estilístico deciros que llegó un punto en el que he dudado en quedarme una camisa que pica porque claro, y no hay mejor razonamiento que este… es monísima. Esta agotada en Zara y devolverla es como echar unas migas en una plaza llena de palomas o lo que es lo mismo, que si me arrepiento no va a estar nunca más.
Me sucedió la semana pasada y la subo y bajo del coche como si sufriese un trastorno bipolar textil. Por la cabeza sobrevolando eso de la historia es cíclica y en qué momento he pasado de negar rotundamente a querer comprarla.
No sé qué clase de impulso te lleva a comprar algo (a parte de la bonita que es) que no cumple los requisitos de ‘llevar a gusto’. Porque algo que pica no es cómodo, pero es bonito. La sociedad de consumo nos maneja como quiere. Creo que voy a empezar a comprar agua termal, unos buenos tarros de crema y que sea lo que Dios quiera. La única desventaja es que por la calle no me va a decir nadie ¡qué camisa más bonita llevas!, al menos eso daba subidón.
Ahora con rascarse en mitad de un semáforo en rojo o mirarte y pensar que vas ideal, será la única forma de sobrevivir.

Images: Living Backstage