Probablemente no haya nadie en Sevilla que no conozca a Anselma. O al menos su casa. Es lugar de peregrinaje para escuchar flamenco y donde abundan las ganas de taconear de gente con DNI patrio.
La mayoría, no nos engañemos. También algún forastero con contactos autóctonos que le avisan que huya del ‘flamenco turist’. Aunque a mí cualquiera me vale si lo que prima es la alegría.
Abre a las 11 y media de la noche y la manzana en la que se encuentra su templo del flamenco rebosa gente hasta el punto de dificultar la circulación. El barrio de Triana no sería lo mismo sin Casa Anselma. Una de las zonas más castizas probablemente también tenga a una señora con grandes historias que contar. Me lo imagino tan solo con ver las paredes de su afamado local.
Pero la ‘odisea’ viene desde fuera. Entrar es casi misión imposible y es que, hasta pasadas las 12 y media, ella anda organizando a la gente que tiene reserva y que se sentará en unas sillas dignas de museo de piezas con solera.
Se asoma a la puerta para ver cuántos han decidido acercarse esa noche a su santa casa y empieza a dar un discurso que ni Lola Flores el día de la boda de Lolita. Aunque esta quiere que se queden porque supongo que sin ‘su fiesta’ no imaginaría la vida.
El taxista que nos recogerá a última hora nos pregunta que si llevamos todas las extremidades, salir entero es toda una hazaña. También me cuenta que abre todos los días de la semana menos uno y la semana que se va al Rocío. Abre a las 11 y media y a las dos y media o tres de la madrugada acaba con la Salve Rociera. Apaga las luces y quedan algunas velas encendidas. Entonces se levanta y cierra.
Por eso afirmo con seguridad que esta señora, vivir de otra manera no entra en su ADN. Aparenta ochenta y muchos y una lucidez mejor que las que entran por la puerta de despedida de soltera. Porque allí hay gente de todas las edades sin excepción, la única norma básica es tomar algo si entras por la puerta.
No cobra entrada y enseguida me doy cuenta que es de las personas que ‘encima’ tienen la suerte de que viene gente porque con tres personas seguiría haciendo lo mismo y pienso que pese a su edad no tiene ninguna intención de cerrar.
Igual organiza, que canta y si se llena el local para, da el discurso de su vida poniendo orden y se arranca de nuevo. Maneja las situaciones a su antojo y aunque el local esté abarrotado ella está pendiente de todos.
Me cuenta el taxista que trabajaba en unos grandes almacenes hace muchísimos años pero decidió abrir este local de flamenco para los de Sevilla. Para que la gente se divirtiese y acabó por conocerla España entera y el resto del mundo. Al lado tengo a una cubana que no pide Cuba Libre porque dice que eso es mentira y ese tablao pura verdad. ‘Nos dijeron de este sitio y menos mal que vinimos’.
En Casa Anselma nunca sabes qué anécdota te llevas para contar, pero siempre vas a disfrutar.

Images: Living Backstage