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El efecto Starbucks

En alguna que otra ocasión he comentado lo fan que soy del Starbucks no así de sus precios que me parecen abusivos pero tiene algo que engancha.

No soy cafetera y aquí es cuando viene la completa descordinación para los amantes del amargor. Recuerdo que en el local también sirven un frapuccino adictivo y un chocolate caliente que templa cualquier invierno. Y lo sé porque la última vez comprobé qué se siente siendo acróbata de fuego por la boca. Podía haber montado espectáculo gratuito en plena Puerta del Sol.

Hace unos días fui al de un nuevo centro comercial y sus dependientes llevaban las energías tan renovadas como el espacio. ¿Me pone un frapuccino crema caramelo pequeño? ¿Pequeño? Sí. ¿Seguro? En aquel momento pensé que era una pregunta trampa. Y lo era. Por 50 céntimos más tienes uno así de grande. Mi cara al ver el vaso fue un bloqueo mental. Era el doble, por 50 céntimos más.

Una cola infinita me miraba entre el date prisa indecisa y la otra como ‘niña no hay color’. No, quiero el pequeño. ¿Seguro? No, no estoy muy segura pero me estoy agobiando un poco así que el que he pedido estará bien. Tenemos ahora ya el vaso de Navidad ¿lo quieres? El vaso de Navidad… tentador. Lleno de dibujos que luego vas a tirar a la basura, lo mismo que harías con el blanco de enero a noviembre pero se te antoja sin saber muy bien el motivo el vaso de Navidad. Y no sólo se te antoja sino que se desata en ti una alegría inimaginable.

Lo luces por la calle como si llevarás una obra de Chillida, lo subes a las redes sociales, avisas a todos que los vasos de Navidad ya están en Starbucks y ahí no queda la cosa. ¿Te lo pongo? Sí, sí. Además lleva un caramelo que es una edición especial por ser estas fechas. Madre de mi vida, qué subidón.

Dado este despliegue de adulaciones por parte del dueño del Starbucks que está viendo desde su catamarán en el Caribe como nos calentamos del frío y rendimos el doble gracias a su café, decidí probar para mí una novedad. El Starbucks auto, una especie de McDonald’s líquido. Me acerqué al que hay en Majadahonda, abierto desde las 6 a.m por si alguien ve que por la mañana la cafetera despierta a los que van por el primer sueño.

Llegué a la ventanilla y una chica me dijo ¡Son 3’90! ¿Ya? ¿Así sin pedir ni nada? ¿Barra libre como en las bodas? Tiene que pedir las cosas en el altavoz que hay justo en la esquina, si da la vuelta enseguida está aquí de nuevo. Arranco para dar la vuelta y estaba prohibida. Tenía que dar una vuelta entera a la manzana si quería conseguir mi chocolate caliente. Qué fácil preveía comprar sin salir del coche. Nunca pensé que alguien utilizaría ese servicio y había una cola de aquí al catamarán.

Así que aparqué donde pude y me dispuse a coger mi chocolate a pie porque me estaba empezando a cabrear ¡Hola! ¿Qué quería? Un chocolate pequeño de ese que lleva más por 50 céntimos y el vaso de Navidad que lleva caramelo para poder subirlo a las redes sociales como que hace un frío del carajo y que luego me llevaré en el coche, se me caerá por el asiento como de costumbre pero me sentiré como si viviera en New York conduciendo por la quinta avenida en plan moderna.

Estamos perdiendo un poco la raíz, el mundo entero viene a por jamón y nosotros queremos café.

Starbucks Navidad 2017

 

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