Hoy es San Valentín y os hablaría del amor pero me apetece más hablaros sobre la paloma que ayer invadió el Starbucks mientras estaba en una reunión. Un drama, una tragedia griega con una persona implicada que desató la locura.
Vamos por partes porque esta columna iba a tratar sobre el amor pero he pensado que no la acabaría nunca. Sería un misterio de esos sin resolver que nos dejaría un sabor amargo y el día va de dulces. Que se lo pregunten a la pastelería de mi barrio. Que la dependienta ya tiene que mirar por encima del ventrículo derecho para adivinar qué quiere la persona que se encuentra al otro lado.Un corazón gigante de chocolate tiene la culpa.
Si venden todas las bolsas de mini corazones de chocolates que han hecho me empezaré a plantear lo del amor. No es que no crea en el chocolate pero me falta encontrarle sentido a San Valentín que rima con me hace tilín.
Porque como hemos dicho tantas y tantas veces entre amigas… desde que el sexo se hizo más fácil de conseguir, el amor se volvió más difícil de encontrar. Es una verdad tan cierta que a Aristóteles le hubiese gustado que esa frase fuese suya.
Pero volvamos a la paloma. La gran atracción de un martes y 13. Mientras trataba de ubicarme en el Starbucks de Princesa, una señora se sentaba al lado de la puerta. Yo me llegué a cambiar cuatro veces de sitio debido al sol que daba en la fachada. En lugar de un chocolate caliente me daban ganas de gritar ¡un mojito por favor!
Si pasa la Ministra por el local les pone una placa solar en la fachada si no se viene arriba con unos cuantos molinos para generar energía. Esa esquina tiene una buena potencia en invierno y Carmena todavía no se ha dado cuenta del partido que le puede sacar. Que quede entre nosotros, a ver si con la tontería vamos a tener que pagar algo. Más.
El caso es que el calor era insoportable y cuando me cambié una tercera vez sonó mi teléfono. Ya estoy aquí. ¿Traes bañador? Me estoy cociendo como un pollo de esos que venden en la playa a los guiris por 4 euros. Sí, un café del Starbucks vale igual que un pollo donde comen cuatro, si es que en verano son todo ventajas.
El caso es que cuando por fin nos ubicamos y después de que todo el local nos mirara y catalogara como seres de culo inquieto entró una paloma que revolucionó a todo el personal, menos a nosotras. Después de encontrar la sombra nos íbamos a mover. Éramos como esos turistas que se aseguran el sitio a las 7 de la mañana en primera línea de playa. Ni aunque venga un tsunami, ni aunque venga una paloma.
La chica de la puerta, la que había pillado sombra antes que yo tenía fobia a las palomas. Así lo hizo saber cuando empezó a gritar, al grito de no estoy loca es que tengo fobia. Mientras la paloma revoloteaba intentando salir y los clientes entre pendientes del animal y de la muchacha ultra fóbica.
Imaginaos un local dopado a cafeina intentando sacar una paloma. No hay peli española que soporte el argumento. Las tazas de café tambaleándose en plan tsunami y la chica pidiendo que alguien fuera a por su bolso. Hubo un momento que desapareció y pensé que se había ido a las urgencias más cercanas a que le pusieran un diazepam debajo de la lengua. Pero apareció de la nada diciendo ¡que no estoy loca eh!
Ni en la sombra encontramos frío. Eso era una olla a presión. Bajo presión rescató a la paloma un chico que se trató de hacer el fuerte de cara a San Valentín con la ultra fóbica. Lo que no sabemos si acabará en boda, y todo gracias a una paloma.
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