Desde que Carmena optó por instaurar en muchas calles de la capital el carril bici/30Km, Madrid es una verdadera botella. Por los que se la quieren tomar entera y por los que estamos metidos todo el día en el cuello de la misma.
Pero también hay de los que lo vieron bien, como mi amiga Marta, que dijo que por primera vez cogería el coche por Madrid con libertad sin que nadie le pitara. Para ella fue un debate con pleno acierto. En el carril a treinta y viendo con seguridad que por la que gira no es prohibida.
Cuando llego al Paseo de la Castellana suelo desfogar, pero se me pasa rápido cuando me acuerdo que en todos los semáforos hay cámaras y que la velocidad está limitada. Ahí es cuando miro con la autoestima por los suelos a los que van en bici. Tan rectos, tan con el aire en la cara, tan verano azul en mitad de la capital de España, es un poco como el anuncio de All-Bran. Viene a ser parecido cuando te estás acordando hasta de los concejales de los años 80.
Madrid es tan caótico como divertido. En mis paseos a cuatro ruedas, la quinta hace mucho que no se lleva y me enteré el otro día, crucé dicha artería para dirigirme a Sony Music. Menos mal que mantengo mi don intacto de aparcar en la puerta. Me encanta subir, mirar las vistas, disfrutar en los miércoles de los amigos y cuando todo ha salido bien comprar en el H&M que hay en la puerta contigua.
Aunque con mi plan de ahorro/practicidad y austeridad este último planazo lo voy a tener que ir desechando. El guardia de la puerta sabe que vengo de allí, por mi carpetita corporativa y me mira con cara de que te aprovechen las compras. En realidad últimamente tengo tantos cumpleaños que me gasto el sueldo en la felicidad de otros, que tampoco está nada mal.
Vivo pegada a mi iPhone cuando saco media hora para comprar y cuando empiezan a pitar los mails más de la cuenta es señal que debo de irme. Es la realidad de los autónomos, permanecer alerta a los sonidos de la jungla.
En unos de esos cumpleaños descubrí el otro día un sitio muy Neoyorkino. Diferente a todo y en el que no había estado nunca. Se llama Nubel y es el restaurante del Museo Reina Sofía. Me costó mucho aparcar hasta que mis llaves tuvieron que caer en manos del aparcacoches. No soy muy de dejarles el coche, es algo personal.
Hace poco me enteré que robaron un Jaguar alucinante en uno de los locales de moda de la capital y me acojonó la idea de que me pasara con mi seiscientos. No es un gran coche pero le tengo cariño. En las noches en las que confío mis llaves a la suerte pienso que si pasa no estaría mal probar lo de la bici. Intento hasta que me traen el coche pensar en las ventajas de las dos ruedas. Hasta que me lo traen y me miro los tacones y lo lejos que está mi casa y entonces se me pasa el efecto bici.
Estoy últimamente abonada a otro de los míticos de Madrid, el Toni 2, para mí ahora mismo el sitio en el que mejor te lo puedes pasar y Nubel es para ir al menos una vez en la vida. Cenamos y después de la cena te invitan a una copa en una barra kilométrica con gente hiper peculiar. El rollo de ‘cenar en el museo’ ya es de por sí algo como diferente a lo que haces normalmente y ya tomarte un gin tonic en un espacio como ese hace que te transportes directamente a cualquier puf de Nueva York.
Madrid es una ciudad con tantas posibilidades y a la vez tan vivida que a veces me asombra que tenga esa capacidad de reinventarse. Pero siempre lo hace y nunca defrauda.
Images: Living Backstage
