Estaba a punto de desaprovechar mi viaje en el AVE y no escribir en el sitio que más me inspira del mundo. Básicamente porque es el único sitio en el que me siento y descanso un rato.
La típica frase de madre espetada a las 16:30 h aplicable a cualquier día de la semana.
Pero como siempre, una vez más, me ha tocado en un vagón de lo más peculiar. Iba feliz pensando en que por fin la señorita de ventanilla me había dado en un asiento de uno, forrado de piel en el que dejar el bolso en un ancla de la ventanilla sin que el de al lado me mire mal por quitarle la vista de 300 kilómetros por hora, cuando de repente llego al vagón y es de uno pero con mesa compartida.
Ósea que enfrente llevo a un señor que le miden las piernas como a Michael Jordan ¿por qué iban todos para baloncestistas los que me tocan en mesa siempre?
Ya hemos hecho piececitos como si acabásemos de quedar por Tinder, si le doy una vez más se me terminará por borrar la etiqueta de las Superga.
Me estoy tratando de recolocar mientras pienso en echar una cabezada que tiende a quedar en cosas pendientes que siempre me gustaría hacer en el tren.
No sé qué capacidad poseen algunos para tirar la maleta, sentarse en el asiento y roncar en cinco minutos mientras a todo el tren se le escapa una risa floja por si se despierta a 200 kilómetros de su destino. O porque que ronque alguien desconocido suele dar bastante risa floja. Como si alguien tuviese huevos de decirle ‘has roncado como un machote’ cuando se despierte.
Aunque a mí algunas veces me han dado ganas de decirle a alguno que el lunes fuese al centro de salud a mirarse de las vegetaciones.
No duermo básicamente porque la chica de detrás lleva un perro que está entonado por si se tiene que arrancar por bulerías en algún concurso de la televisión japonesa. Sino no me explico tal berrinche. El revisor ya le ha dicho tres veces que se tiene que salir del vagón y ha dicho eso de ‘por mi perro mato’. Así que aquí le estoy haciendo los coros a bostezos.
Una ya no puede dormir tranquila ni fuera de casa. Va a ser verdad todo lo del refranero popular. Como en casa en ningún sitio. Mi abuela siempre me suelta alguno, con todos los que me dice ya podría haberle sacado partido, como quien compra discos de vinilo.
Solo os he hablado del de enfrente y la de detrás pero los de al lado no tienen desperdicio. Al chico le han llamado con FaceTime y su interlocutora está en la cocina, el chaval le ha dicho que qué hace y aquí nos estamos enterando todos cómo se hace un ceviche en Colombia.
Me está entrando un hambre que creo que me voy a ir a la cafetería ahora que ya he averiguado de qué me suena la chica que va también en su mesa. Es la presentadora de informativos de TVE con el niño. No revelaré el nombre por discreción pero parece más joven que en la tele. Qué manía la caja tonta con sacarnos con más de todo. Algún precio había que pagar, no todo iba a ser idílico.
En fin… me voy a merendar porque otra cosa no pero yo la merienda no la perdono. Y si es nocilla mejor, igual me llevo al niño que ya le ha pedido a la azafata tres veces unas pinturas.
Este niño ha nacido en otra época, eso era en la mía en Iberia, ahora quieren que vueles hasta de pie. En un ‘servicio’ nuevo que quieren sacar algunas aerolíneas. Las pinturas y el bocadillo de casa, si ya lo decía Paco Martinez Soria y lo tomaban por carrilano.
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